Vidas tomadas

¡Volví! Nunca me fui en realidad. Dejé las vacaciones para febrero, convencida de que enero iba a ser un mes tranquilo… «total se fue todo el mundo», me reafirmaban mis conocidos. Nada más lejos de lo que pasó. Empecé una pasantía en TN Ciencia y sigo trabajando para el hospital, así que en un día paso de ser notera a prensera, algo bastante particular, pero muy divertido.
Ojalá fuera enero todo el año en Capital, ¡todo funciona! Los trenes, los subtes… sin tránsito, ni piquetes, es un placer deambular por acá. Pero, y se viene el por qué me siento a escribir hoy, la inseguridad no se tomó vacaciones todavía. Ayer mataron a un chico de 31 años en Lanús porque quiso evitar que se llevaran a su novia (de 22) en el auto. A la pobre chica la socorrieron porque estaba en una situación de «shock emocional», y yo pensaba que si llegara a pasarme a mí, si mataran a Guillermo adelante mío, «shock emocional» no alcanzaría a describir ni una pizca de cómo me sentiría.
La única forma que encuentro de canalizar esa impotencia que me generan estos episodios es escribiendo… así que les dejo la primera columna que hice para la Agencia MP en el 2008; viejita y todo, nada cambió. Todo sigue igual que ayer, como la canción.

La noche de enero no la deja dormir y el repiqueteo del ventilador se esfuerza en vano por detener el sudor que se escurre por su cuerpo. Son apenas las 10 y quiere salir a caminar por la plaza que queda a unas cuadras, porque no aguanta el aire recalentado que encierra su departamento. Entonces, recuerda que a su vecina la asaltaron hace pocos días, que la golpearon y le quitaron la cartera, y decide que es mejor quedarse en casa.
Del otro lado de la ciudad, un anciano de 80 años frena en la puerta de su casa y mira hacia ambos lados varias veces antes de abrir. Este pequeño gesto se ha vuelto una costumbre cotidiana para él, y para otros tantos cuando es el miedo quien se adueña sin permiso de nuestras vidas. ¿Cuál es su triunfo? El gusto amargo de reconocernos esclavos, prisioneros de la inseguridad. Desde dejar de lado autos de lujo, hasta negarnos a salir con la billetera, el iPod o los documentos, sumamos hábitos nacidos del miedo, que zumba en nuestra mente como un fantasma difícil de acallar.
“Escuché algo en el comedor o en la biblioteca (…), felizmente la llave estaba puesta de nuestro lado y además corrí el gran cerrojo para más seguridad. Le dije a Irene: ´Tuve que cerrar la puerta del pasillo. Han tomado parte del fondo´”. En el cuento “Casa Tomada” de Julio Cortázar, dos hermanos que viven en una mansión antigua empiezan a evitar espacios y habitaciones porque oyen ruidos extraños. Acaban recluidos en el zaguán y finalmente huyen de la casa. Como ellos, por miedo nos “autoencerramos” y clausuramos espacios: evitamos cruzar una plaza por la noche, esquivamos esta o aquella zona o calle, desconfiamos del extraño que nos para en la calle y pregunta una dirección. Entonces, sin quererlo, nos dejamos acorralar como una presa resignada a ser devorada, y surge la pregunta inevitable: “¿Se puede vivir así?”. La respuesta de muchos es irse; se instalan en el exterior y dejan en el camino su hogar y su libertad.
Otros no se cuestionan el encierro y esta vida cautiva se convierte en algo normal: “Estábamos bien, y poco a poco, empezábamos a no pensar”, dice, resignado, el personaje del relato después de la toma de su casa.
Cuentan que Cortázar escribió “Casa Tomada” motivado por su propio miedo infantil a los ruidos que brotaban de la oscuridad de su casa. Describió la acción paralizante del miedo, frente al cual el camino se bifurca: podemos vivir esclavos, o rebelarnos contra nuestros fantasmas, para salir del rincón al cual nos confinan y ser libres.

Acerca de marianisrael

Escribo sobre las pequeñas historias de la realidad cotidiana, sobre personas, lugares y cosas que veo. Soy Lic. en Comunicación Social y periodista freelance.
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